Incontro con i senzatetto nella parrocchia di St. Patrick a Washington

papa Francesco st PatrickDopo il discorso al Congresso degli Stati Uniti, questa mattina il Santo Padre Francesco si è recato in visita al Centro caritativo della parrocchia di St. Patrick di Washington.

Il Papa è stato accolto dal Rettore della chiesa all’interno della quale erano riunite centinaia di persone senza fissa dimora della Capitale statunitense.

Nel corso dell’incontro Papa Francesco ha rivolto ai senzatetto il discorso che pubblichiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Un gusto de encontrarlos. Buenos días. Van a escuchar dos predicaciones, una en castellano y otra en inglés. La primera palabra que quiero decirles es gracias. Gracias por recibirme y por el esfuerzo que han hecho para que este encuentro se realizase.

Aquí recuerdo a una persona que quiero mucho, y que es y ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Ha sido sostén y fuente de inspiración. Es a él a quien recurro cuando estoy medio «apretado». Ustedes me recuerdan a san José. Sus rostros me hablan del suyo.

En la vida de José hubo situaciones difíciles de enfrentar. Una de ellas fue cuando María estaba para dar a luz, para tener a Jesús. Dice la Biblia: «Estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos» (Lc 2,6-7). La Biblia es muy clara: «No había alojamiento para ellos». Me imagino a José, con su esposa a punto de tener a su hijo, sin un techo, sin casa, sin alojamiento. El Hijo de Dios entró en este mundo como uno que no tiene casa. El Hijo de Dios entró como un “homeless”. El Hijo de Dios supo lo que es comenzar la vida sin un techo. Podemos imaginar las preguntas de José en ese momento: ¿Cómo el Hijo de Dios no tiene un techo para vivir? ¿Por qué estamos sin hogar, por qué estamos sin un techo? Son preguntas que muchos de ustedes pueden hacerse a diario, y se las hacen. Al igual que José se cuestionan: ¿Por qué estamos sin un techo, sin un hogar? Y a los que tenemos techo y hogar son preguntas que nos harán bien también ¿Por qué estos hermanos nuestros están sin hogar, por qué estos hermanos nuestros no tienen techo?

Las preguntas de José siguen presentes hoy, acompañando a todos los que a lo largo de la historia han vivido y están sin un hogar.

José era un hombre que se hizo preguntas pero, sobre todo, era un hombre de fe. Y fue la fe la que le permitió a José poder encontrar luz en ese momento que parecía todo a oscuras; fue la fe la que lo sostuvo en las dificultades de su vida. Por la fe, José supo salir adelante cuando todo parecía detenerse.

Ante situaciones injustas y dolorosas, la fe nos aporta esa luz que disipa la oscuridad. Al igual que a José, la fe nos abre la presencia silenciosa de Dios en toda vida, en toda persona, en toda situación. Él está presente en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros.

Quiero ser muy claro. No hay ningún motivo de justificación social, moral o del tipo que sea para aceptar la falta de alojamiento. Son situaciones injustas, pero sabemos que Dios está sufriéndolas con nosotros, está viviéndolas a nuestro lado. No nos deja solos.

Jesús no solo quiso solidarizarse con cada persona, no solo quiso que nadie sienta o viva la falta de su compañía y de su auxilio y de su amor. Él mismo se ha identificado con todos aquellos que sufren, que lloran, que padecen alguna injusticia. Él lo dice claramente: «Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento» (Mt 25,35).

Es la fe la que nos hace saber que Dios está con ustedes, que Dios está en medio nuestro y su presencia nos moviliza a la caridad. Esa caridad que nace de la llamada de un Dios que sigue golpeando nuestra puerta, la puerta de todos para invitarnos al amor, a la compasión, a la entrega de unos por otros.

Jesús sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace con artilugios o con carteles luminosos o con fuegos artificiales. Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a nuestro lado.

Queridos amigos, uno de los modos más eficaces de ayuda que tenemos lo encontramos en la oración. La oración nos une, nos hace hermanos, nos abre el corazón y nos recuerda una verdad hermosa que a veces olvidamos. En la oración, todos aprendemos a decir Padre, papá, y cuando decimos Padre, papá, nos encontramos como hermanos. En la oración, no hay ricos o pobres, hay hijos y hermanos. En la oración no hay personas de primera o de segunda, hay fraternidad.

En la oración es donde nuestro corazón encuentra fuerza para no volverse insensible, frío ante las situaciones de injusticias. En la oración, Dios nos sigue llamando y levantando a la caridad.

Qué bien nos hace rezar juntos, qué bien nos hace encontrarnos en ese espacio donde nos miramos como hermanos y nos reconocemos los unos necesitados del apoyo de los otros. Y hoy quiero rezar con ustedes, quiero unirme a ustedes, porque necesito su apoyo y su cercanía. Quiero invitarlos a rezar juntos, los unos por los otros, los unos con los otros. Así podemos continuar con este sostén que nos ayuda a vivir la alegría que Jesús está en medio nuestro. Y que Jesús nos ayude a solucionar las injusticias que Él conoció primero. La de no tener casa. ¿Se animan a rezar juntos? Yo empiezo en castellano y ustedes siguen en inglés.

Padre nuestro que estás en el cielo…

Y antes de irme, me gustaría darles la bendición de Dios:
Que el Señor los bendiga y los proteja;
que el Señor los mire con agrado y les muestre su bondad;
que el Señor los mire con amor y les conceda su paz (Nm 6, 24-26).

Por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

[01506-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

It is a pleasure to meet you. Good day. You are about to listen to two sermons, one in Spanish and the other in English. The first word I wish to say to you is “Thank you”. Thank you for welcoming me and for your efforts to make this meeting possible.

Here I think of a person whom I love very much, someone who is, and has been, very important throughout my life. He has been a support and an inspiration. He is the one I go to whenever I am “in a fix”. You make me think of Saint Joseph. Your faces remind me of his.

Joseph had to face some difficult situations in his life. One of them was the time when Mary was about to give birth, to have Jesus. The Bible tells us that, “while they were [in Bethlehem], the time came for her to deliver her child. And she gave birth to her firstborn son and wrapped him in bands of cloth, and laid him in a manger, because there was no place for them in the inn” (Lk 2:6-7).

The Bible is very clear about this: there was no room for them. I can imagine Joseph, with his wife about to have a child, with no shelter, no home, no place to stay. The Son of God came into this world as a homeless person. The Son of God knew what it was to start life without a roof over his head. We can imagine what Joseph must have been thinking. How is it that the Son of God has no home? Why are we homeless, why don’t we have housing? These are questions which many of you may ask, and do ask, every day. Like Saint Joseph, you may ask: Why are we homeless, without a place to live? And those of us who do have a home, a roof over our heads, would also do well to ask: Why do these, our brothers and sisters, have no place to live? Why are these brothers and sisters of ours homeless?

Joseph’s questions are timely even today; they accompany all those who throughout history have been, and are, homeless.

Joseph was someone who asked questions. But first and foremost, he was a man of faith. Faith gave Joseph the power to find light just at the moment when everything seemed dark. Faith sustained him amid the troubles of life. Thanks to faith, Joseph was able to press forward when everything seemed to be holding him back.

In the face of unjust and painful situations, faith brings us the light which scatters the darkness. As it did for Joseph, faith makes us open to the quiet presence of God at every moment of our lives, in every person and in every situation. God is present in every one of you, in each one of us.

I want to be very clear. There is no social or moral justification, no justification whatsoever, for lack of housing. There are many unjust situations, but we know that God is suffering with us, experiencing them at our side. He does not abandon us.

Jesus not only wanted to show solidarity with every person. He not only wanted everyone to experience his companionship, his help, his love. He identified with all those who suffer, who weep, who suffer any kind of injustice. He says this clearly: “I was hungry and you gave me food, I was thirsty and you gave me something to drink; I was a stranger and you welcomed me” (Mt 25:35).

Faith makes us know that God is at our side, that God is in our midst and his presence spurs us to charity. Charity is born of the call of a God who continues to knock on our door, the door of all people, to invite us to love, to compassion, to service of one another.

Jesus keeps knocking on our doors, the doors of our lives. He doesn’t do this by magic, with special effects, with flashing lights and fireworks. Jesus keeps knocking on our door in the faces of our brothers and sisters, in the faces of our neighbors, in the faces of those at our side.

Dear friends, one of the most effective ways we have to help is that of prayer. Prayer unites us; it makes us brothers and sisters. It opens our hearts and reminds us of a beautiful truth which we sometimes forget. In prayer, we all learn to say “Father”, “Dad”. And when we say “Father”, “Dad”, we learn to see one another as brothers and sisters. In prayer, there are no rich or poor, there are sons and daughters, sisters and brothers. In prayer, there is no first or second class, there is brotherhood.

In prayer our hearts find the strength not to be cold and insensitive in the face of situations of injustice. In prayer, God keeps calling us, opening our hearts to charity.

How good it is for us to pray together. How good it is to encounter one another in this place where we see one another as brothers and sisters, where we realize that we need one another. Today I want to pray with you, I want to join with you, because I need your support, your closeness. I would like to invite you to pray together, for one another, with one another. That way we can keep helping one another to experience with joy that Jesus is in our midst, and that Jesus helps us to find solutions to the injustices which he himself already experienced. Not having a home.

Are you ready to pray together? I will begin in Spanish and you follow in English.

Our Father, who art in heaven…

Before leaving you, I would like to give you God’s blessing:
The Lord bless you and keep you;
the Lord make his face to shine upon you and be gracious to you;
the Lord lift up his countenance upon you, and give you peace (Num 6:24-26).

And, please, don’t forget to pray for me. Thank you.

 

Traduzione in lingua italiana

E’ un piacere incontrarvi. Buongiorno! Ascolterete due “prediche”: una in spagnolo e l’altra in inglese!

La prima parola che voglio dirvi è “grazie”. Grazie di accogliermi e per lo sforzo che avete compiuto perché questo incontro si realizzasse.

Qui ricordo una persona che amo tanto, e che è stata molto importante nella mia vita. E’ stata sostegno e fonte di ispirazione. E’ a lui che ricorro quando sono un po’ “inguaiato”. Voi mi ricordate san Giuseppe. I vostri volti mi parlano del suo.

Nella vita di san Giuseppe ci sono state situazioni difficili da affrontare. Una di queste fu quando Maria stava per partorire, per avere Gesù. Dice la Bibbia: «Mentre si trovavano [a Betlemme], si compirono per [Maria] i giorni del parto. Diede alla luce il suo figlio primogenito, lo avvolse in fasce e lo pose in una mangiatoia, perché per loro non c’era posto nell’alloggio» (Lc 2,6-7). La Bibbia è molto chiara: non c’era posto per loro nell’alloggio. Immagino Giuseppe, con la sua sposa sul punto di avere il suo figlio, senza un tetto, senza casa, senza alloggio. Il Figlio di Dio è entrato in questo mondo come un homeless. Il Figlio di Dio ha saputo che cos’è cominciare la vita senza un tetto. Possiamo immaginare le domande di Giuseppe in quel momento: Come? Il Figlio di Dio non ha un tetto per vivere? Perché siamo senza casa? Perché siamo senza un tetto? Sono domande che molti di voi possono farsi ogni giorno, e ve le fate. Come Giuseppe vi domandate: perché siamo senza un tetto, senza una casa? E a noi che abbiamo un tetto e una casa, sono domande che pure faranno bene: perché questi nostri fratelli sono senza casa, perché questi nostri fratelli non hanno un tetto?

Le domande di Giuseppe rimangono presenti oggi, accompagnando tutti coloro che nel corso della storia hanno vissuto e si trovano senza una casa.

Giuseppe era un uomo che si poneva delle domande, ma soprattutto era un uomo di fede. E’ stata la fede a permettere a Giuseppe di trovare la luce in quel momento che sembrava completamente buio; è stata la fede a sostenerlo nelle difficoltà della sua vita. Per la fede Giuseppe ha saputo andare avanti quando tutto sembrava fermarsi.

Davanti a situazioni ingiuste, dolorose, la fede ci offre quella luce che dissipa l’oscurità. Come fu per Giuseppe, la fede ci apre alla presenza silenziosa di Dio in ogni vita, in ogni persona, in ogni situazione. Egli è presente in ciascuno di voi, in ciascuno di noi.

Voglio essere molto chiaro: non c’è nessun motivo, nessun tipo di giustificazione sociale, morale, o di altro genere per accettare la mancanza di abitazione. Sono situazioni ingiuste, ma sappiamo che Dio le sta soffrendo insieme con noi, le sta vivendo al nostro fianco. Non ci lascia soli.

Gesù non solo ha voluto essere solidale con ogni persona, non solo ha voluto che nessuno senta o viva la mancanza della sua compagnia, del suo aiuto, del suo amore. Egli stesso si è identificato con tutti quelli che soffrono, che piangono, che patiscono qualche tipo di ingiustizia. Lo dice chiaramente: «Ho avuto fame e mi avete dato da mangiare, ho avuto sete e mi avete dato da bere, ero straniero e mi avete accolto» (Mt 25,35).

E’ la fede a dirci che Dio è con voi, che Dio è in mezzo a noi e la sua presenza ci spinge alla carità. Quella carità che nasce dalla chiamata di un Dio che non cessa di bussare alla nostra porta, la porta di tutti per invitarci all’amore, alla compassione, a donarci gli uni agli altri.

Gesù continua a bussare alle nostre porte, alla nostra vita. Non lo fa magicamente, non lo fa con trucchi o con cartelli luminosi o con fuochi d’artificio. Gesù continua a bussare alla nostra porta nel volto del fratello, nel volte del vicino, nel volto di chi ci sta accanto.

Cari amici, uno dei modi più efficaci che abbiamo per aiutare lo troviamo nella preghiera. La preghiera ci unisce, ci fa fratelli, ci apre il cuore e ci ricorda una verità bella che a volte dimentichiamo. Nella preghiera, tutti impariamo a dire Padre, Papà, e quando diciamo Padre, Papà, ci ritroviamo come fratelli. Nella preghiera non ci sono ricchi o poveri, ci sono figli e fratelli. Nella preghiera non ci sono persone di prima o di seconda classe, c’è fraternità.

Nella preghiera il nostro cuore trova forza per non diventare insensibile, freddo davanti alle situazioni di ingiustizia. Nella preghiera Dio continua a chiamarci e a spingerci alla carità.

Come ci fa bene pregare insieme; come ci fa bene incontrarci in quello spazio dove ci guardiamo come fratelli e ci riconosciamo bisognosi dell’appoggio gli uni degli altri. E oggi voglio pregare con voi, voglio unirmi a voi perché ho bisogno del vostro appoggio e della vostra vicinanza. Voglio invitarvi a pregare insieme, gli uni per gli altri, gli uni con gli altri. Così possiamo portare avanti questo sostegno che ci aiuta a vivere la gioia che Gesù è in mezzo a noi. E che Gesù ci aiuti a risolvere le ingiustizie che Lui ha conosciuto per primo. Ve la sentite di pregare insieme? Io comincio in spagnolo e voi continuate in inglese.

Padre nostro…

E prima di lasciarvi, mi piacerebbe darvi la benedizione di Dio:
Il Signore vi benedica e vi protegga;
il Signore vi guardi con benevolenza e vi mostri la sua bontà;
il Signore vi guardi con amore e vi conceda la sua pace (cfr Nm 6,24-26).

Per favore, non dimenticatevi di pregare per me. Grazie!

 

Nel corso della visita il Papa ha benedetto la Cappella e la mensa del Centro.

Quindi ha raggiunto l’attiguo edificio delle Opere Diocesane di Carità (Catholic Charities) di cui ha benedetto la Cappellina, alla presenza del Presidente dell’Associazione. Quindi è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica.

© http://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino.html - 24 settembre 2015